domingo, 6 de noviembre de 2016

"Vacaciones en Roma", el cine en su máxima expresión

Gregory Peck decía que, cada vez que le enviaban el guión de una comedia, tenía la impresión de que Cary Grant lo había rechazado previamente. Y fue eso precisamente lo que sucedió con Vacaciones en Roma. Grant consideraba que la protagonista absoluta del film sería la actriz que interpretara a la princesa Ann y su partenaire masculino sería una mera comparsa.
 
A pesar de que estaba en lo cierto, Peck aceptó el papel. Lo que no podía predecir era que la princesa sería la debutante, al menos en Hollywood, Audrey Hepburn. Sin embargo, un actor con el talento y la generosidad de Peck, no tuvo más que reconocer que el estrellato de Audrey Hepburn era imparable, y que era absurdo destacar su nombre sobre el de la actriz en el cartel que promocio- naba la película. De hecho, pidió que se les pusiera al mismo nivel y anunció que ese año ella ganaría el Oscar a la mejor actriz. Y no se equivocó. Audrey Hepburn no era la primera opción de William Wyler. En realidad, el director había pensado en Elizabeth Taylor o Jean Simmons, pero ambas actrices estaban inmersas en otros proyectos.
 
La experiencia de Hepburn en Estados Unidos se limitaba a la interpretación de "Gigi" en Broadway, por lo que la actriz tuvo que pasar la prueba de rigor en la que se adivinaba que había nacido una estrella. Audrey Hepburn era diferente: una elegancia innata, un físico algo andrógino y, a la vez, sumamente femenino, y una sencillez que percibíamos verdadera y cercana, alejada del estereotipo hollywoodiense.
 
Sin duda, ella es la protagonista de Vacaciones en Roma, pero a partir de esta primera película su sola presencia iluminaría la pantalla de todos los largometrajes en que apareciera. Por supuesto, la compañía de un actor sobrio como Gregory Peck ayuda sobremanera en beneficio de la película. William Wyler demostró que era capaz (tal vez, "eficiente" es el adjetivo que mejor define la labor cinematográfica de este director) de dirigir una comedia romántica, con las dosis justas de humor y romanticismo. El resto de personales están perfectamente encarnados, sobre todo, Eddie Albert como fotógrafo vividor. Sin embargo, es la ciudad de Roma la que alcanza un protagonismo digno del tándem Peck/Hepburn.
 

Ciertamente, Roma nunca ha sido tan ciudad eterna como en esta película.
 
 
 
 
 

domingo, 23 de octubre de 2016

Mont Sant Michel. Sueño cumplido


Desde que vi una foto hace muchos años me pareció un sitio especial, de una gran belleza y que desprende misterio y magia por igual. El Mont Saint Michel es el sitio más especial que podríamos desear para celebrar nuestro aniversario. No hay palabras para describirlo. Hay que verlo y sobretodo sentirlo en tu propia piel. Si aún no lo habéis visitado, os recomiendo encarecidamente que vuestra próxima escapada la hagáis a la Baja Normandía, más concretamente a Beauvoir, y según os vayáis acercando por la estrecha carretera que lleva al pueblo, aparecerá en la lontananza, os atraerá hacia él como un canto de sirena… y sucumbiréis ante él. Rendíos al Mont Saint Michel.

Varias son las maneras de llegar al Monte Saint Michel, aunque finalmente todas confluyen en la carretera. Si la opción que elegís es con una auto caravana, tendréis el privilegio de poder dormir en la explanada del aparcamiento a los pies del monte, si bien deberéis pagar un pequeño cargo de unos 9 euros por día. Y sobre todo, si la marea está baja. Actualmente el Mont Saint Michel es accesible aún con la marea alta, pero eso sí, accesible no significa que se pueda aparcar. La explanada del Parking se inunda. No os preocupéis, no os vais a quedar sin vehículo. Hay carteles informativos que indican las mareas, amén de una web donde poder informarse de ellas con antelación.

Si la llegada la hacéis con vuestro coche y necesitáis un alojamiento donde dormir hay dos alternativas: La primera de ellas, bastante más cara que la otra es alojarse en uno de los innumerables y encantadores hoteles dentro de la ciudad amurallada, en el propio Mont Saint Michel. La segunda opción, mucho más económica, pero no tan atractiva obviamente es en Beauvoir. Este pueblo al que vigila el Mont Saint Michel está plagado de pequeños hoteles, restaurantes y mercados, a tan sólo un par de kilómetros de esta maravilla arquitectónica que os va a asombrar.

Y es que si habéis visto el Mont Saint Michel en fotos, o en internet, y os ha gustado… no habéis visto nada. Es el tópico del lugar que desmerece con las fotos, y aun así en ellas se ve espectacular. Imaginad cómo es verlo en directo. No lo imaginéis, no podréis a no ser que lo hayáis visto. A medida que os vayáis acercando os parecerá más y más asombroso. Espectacular.

Esta pequeña fortaleza está gobernada por la gran abadía que repunta en lo alto, y al abrigo de su muralla, un sinfín de construcciones de piedra y madera que antaño fueron casas, y ahora son hoteles, restaurantes, alguna iglesia, y locales donde comprar todo tipo de souvenirs y regalos referentes al Mont Saint Michel. Algo importante: en la entrada de la ciudadela, nada más entrar en la muralla, se encuentra una oficina de turismo.

Caminar por el recinto amurallado del Mont Saint-Michel y visitar la ciudadela que alberga es gratuito. Podemos pasear por la muralla rodeándola y contemplando las vistas del mar, que tanto con marea baja como alta son espectaculares. Y podemos introducirnos por sus calles, esas calles empedradas y en sempiterna subida en dirección a la Abadía. Caminamos a la altura de los tejados de las casas, casi mirando dentro de las habitaciones de algunos de los hoteles, y podemos visitar su pequeño y hermoso cementerio. E incluso podemos darnos el lujo de degustar algún manjar autóctono, como los mejillones, el pescado y la carne de cerdo o de ternera en alguno de sus bellos restaurantes. Todos ellos con elaboradas comidas y unas vistas de ensueño.

Para entrar a visitar la Abadía es necesario pagar unos 9 euros, y acompañaros de una guía de escucha, disponibles en castellano. Os recomiendo la visita, el interior de la Abadía responde a la belleza del exterior.

Increíbles salas, algunas de ellas inmensas, todas de piedra y con impresionantes columnas (no en vano una de ellas se llama la Sala de las Columnas). Grandes chimeneas y el antiguo montacargas de madera. Capillas de vistosas vidrieras e interesantes retablos, y el precioso jardín del claustro. Toda la Abadía está adornada en su exterior de misteriosas gárgolas, y las vistas desde cualquier zona abierta de la Abadía del Mont Saint Michel son espectaculares. La visita a la Abadía fácilmente puede llevaros un par de horas. Además la ayuda de la audio-guía es de gran valor para conocer la historia de la Abadía desde el comienzo de su construcción, allá por el siglo X, cuando no era más que una pequeña capilla en lo alto de una cima.

La salida de la visita a la Abadía coincide en el punto de entrada, pero por una puerta lateral, lo cual consigue que se eviten aglomeraciones. Cuando salgáis del Mont Saint Michel, si vuestra visita coincide con la marea baja, dad un paseo por la arena rodeando la muralla para descubrir la trastienda del Mont Saint Michel. La parte de atrás es igualmente espectacular, y se magnifica el concepto de fortaleza del lugar. También descubriréis una pequeña capillita en lo alto de una roca, sólo visible si hacéis este pequeño rodeo, que merece la pena. Así como contemplar esta maravilla del mundo tanto de noche como de día. El encanto que le dan las luces es impactante.

Como podréis deducir, el Mont Saint Michel, es un lugar que me ha sobrecogido, emocionado e impactado hasta tal punto que cuando caminaba de vuelta a nuestro coche, para volver al hotel y continuar rumbo hacia otros parajes de la Bretaña francesa, no podía dejar de darme la vuelta y dirigir la mirada de nuevo a la ciudadela amurallada y la abadía, arriesgándome a convertirme en estatua de sal, como la mujer de Lot abandonando Sodoma, sólo que estamos en Francia. A vosotros también os pasará.










domingo, 14 de febrero de 2016

Toledo mon amour

Adoro Toledo, deambular por sus calles sin rumbo fijo, lejos de los turistas (la siento como si hubiera nacido en ella). Hoy un día gris y lluvioso las calles están desiertas sin asomo de vida aparente.
La mejor forma de ver Toledo es perderse en ella. Caminar por sus calles empinadas y descubrir uno a uno sus rincones. Introducirse por un callejón sin salida, llegar al final y retroceder. Colarse a través de un portalón de madera vieja y cuarteada y ver el magnífico patio que se oculta tras él. 
Imaginar que hubo un tiempo, muy lejano, en el que coexistieron en esta ciudad las culturas derivadas de las tres grandes religiones monoteístas. Coexistieron más que convivieron porque este último verbo implica un cierto grado de armonía y no siempre la hubo. A estas alturas, eso importa poco. Toledo está ahí, con su catedral y sus iglesias y ermitas cristianas, sus mezquitas y sinagogas. Queda la huella de lo que esta urbe fue en su momento: uno de los grandes centros culturales del continente. Ese es el espíritu que el turista puede buscar por sus calles. Y para eso no hacen falta brújula ni orientación. Te tienes que dejar guiar por tu instinto y por el azar. 
Lo menos conveniente en Toledo es planificar y ordenar la visita, porque entonces la magia no se hará presente con tanta facilidad.
Pero antes de iniciar el lento deambular por sus calles, conviene tener una visión de conjunto. Lo mejor es contemplar la ciudad desde alguno de los miradores. El del Valle, al otro lado del Tajo, ofrece la estampa más típica. Sube hasta él, haz un pequeño esfuerzo de imaginación y contempla el esplendor de Toledo tal y como era hace más de cuatro siglos, cuando El Greco estaba en la ciudad.
Después, piérdete. Literalmente. Seguro que en algún momento llegaras hasta la zona más alta de la ciudad, donde se encuentran el Alcázar y la plaza Zocodover. De esta te llamará la atención su encanto provinciano. Muy lejos queda el tiempo en que Toledo fue capital de España (cuando llegó El Greco hacía ya 16 años que había dejado de serlo) a mediados del siglo XVI. Para entonces las tensiones religiosas y la labor metódica e implacable de la Inquisición habían hecho de las suyas. 
Descendiendo desde Zocodover, llegaras hasta la catedral. Por el camino, deberas hacer trabajar de nuevo a tu imaginación para borrar de lonjas y soportales todos los establecimientos de quincallería que llenan la calles hasta la saturación: esas armaduras más falsas que una moneda de tres euros, esos cuchillos, navajas y escudos que deforman el aspecto de la ciudad hasta convertirla en un parque temático de una Edad Media que nunca fue así. 
Caminando de acá para allá, te encontrarás con la soberbia Puerta de Bisagra, el Monasterio de San Juan de los Reyes, la mezquita del Cristo de la Luz, las sinagogas del Tránsito y Santa María la Blanca, los puentes de Alcántara y San Martín y, fuera del casco antiguo, el hospital de Tavera. Todos ellos, monumentos maravillosos, dignos de una visita tranquila y hay mucho más: museos, iglesias, plazas, rincones... 
La guinda del paseo, la cita ineludible aunque tengas que esperar, es la iglesia de Santo Tomé. Digámoslo pronto: no se trata de uno de esos templos inolvidables por la originalidad de su construcción ni la riqueza de su ornamentación. Si es el centro de la mayor parte de las visitas a la ciudad es porque en ella está -y no se ha movido nunca porque fue creado justo para ese espacio- 'El entierro del señor de Orgaz', uno de los cuadros más célebres jamás pintados. 
Solo con esa obra habría pasado su autor a la Historia del Arte, pero El Greco no se limitó a eso. Tienes que visitar su casa museo y el Monasterio de Santo Domingo el Antiguo, aquí está su tumba y sus primeras obras. 
Así que te dejo que hagas trabajar un poco más a la imaginación para sumergirse en el brillo y los misterios de esta ciudad irrepetible.